Adiciones

«Las conductas adictivas se encuentran en el extremo de un espectro en el que todos nos situamos» (Svanberg, 2018, p. 2).
Se calcula que en 2019 más de 35 millones de personas padecían un trastorno por consumo de drogas (incluido el alcohol) y más de 269 millones habían consumido algún tipo de droga el año anterior (Informe Mundial sobre las Drogas, 2021).
Según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (2014), el uso y abuso de sustancias se asocia a impactos significativos y acumulativos tanto en la salud pública como en la seguridad y la economía de los países de todo el mundo.
Ante este evidente impacto, se han puesto en marcha diversas acciones de contención y prevención para frenar la progresión y evolución de estos comportamientos, especialmente en la adolescencia y en los primeros años de la edad adulta (Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, 2014).
De hecho, estos periodos se consideran los más críticos para el desarrollo de las adicciones y, al mismo tiempo, aquellos en los que son más prevalentes (Grant et al., 2010).

Se ha demostrado en la literatura que los individuos que desarrollan trastornos adictivos tienden a iniciar conductas durante estas etapas del desarrollo (Peiper et al., 2016) La importancia de comprender, prevenir e intervenir en los trastornos asociados al consumo de sustancias, la atención a las conductas adictivas no relacionadas, denominadas dependencias conductuales, ha ido en aumento (Kayiş et al., 2016; Pan et al., 2020).
Según la literatura, los objetos, situaciones o actividades capaces de estimular a un individuo pueden convertirse en adictivos (Alavi et al., 2012), como Internet, el juego, la comida o el ejercicio físico, entre otros (Griffiths, 1996).
Se sugiere que ambas (es decir, las adicciones a sustancias y las conductuales) son similares en las características que las definen (por ejemplo, saliencia, tolerancia y dependencia), que describen su desarrollo -alta cronicidad, mayor prevalencia e incidencia en adolescentes y adultos jóvenes-, así como en los procesos neurobiológicos que las mantienen (Grant et al., 2010; Griffiths, 1996, 2005).
La bibliografía sugiere que cualquier individuo puede tener conductas adictivas.
Sin embargo, no es sólo la realización de la conducta lo que determina la aparición de la adicción (McMurran, 1994).
Además de la presencia de otros factores (por ejemplo, las características del estímulo), la susceptibilidad del individuo también influye en el desarrollo de la adicción (Svanberg, 2018).
Esta susceptibilidad se entiende como el resultado de una multiplicidad de factores biológicos, psicológicos y sociales (McMurran, 1994), que interactúan entre sí y hacen más o menos probable el desarrollo de la adicción (Engel, 1978; McMurran, 1994).
En el ámbito psicológico, se ha determinado que varios de estos factores, como la autoestima y la sintomatología psicológica, están asociados a las conductas adictivas (Dailey et al., 2020; Sanja et al., 2013; Terracciano et al., 2008).
Sin embargo, además de éstos, la personalidad también ha surgido como un factor preponderante, tanto para las adicciones a sustancias (p. ej., Swendsen et al., 2002) como para las adicciones conductuales (p. ej., Andreassen et al., 2013).
Hay pruebas que sugieren que los individuos que muestran algún tipo de conducta adictiva y se vuelven dependientes presentan características de personalidad diferentes en comparación con los individuos que no muestran el trastorno adictivo (Swendsen et al., 2002).
Estas características pueden incluso considerarse factores de protección o de riesgo para el desarrollo de conductas adictivas (Andreassen et al., 2013; Kashdan et al., 2005; Kayiş et al., 2016; Sanja et al., 2013).

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